Thursday, January 15, 2009

LAS CINCO SOLAS DE LA REFORMA



Querido hermano Daviel:

La agudeza de tus reflexiones de esta nota, (Reavivando el espíritu de la Reforma), me llevó a intentar esbozar algunas respuestas a los males que nos han invadido, tal como lo escribes.

Aprovechando las cinco frases con las que los Reformadores respondieran a los dogmas antibiblicos de Roma, sugiero que refresquemos su significado:

Sola Scriptura.

Es hora de revalorizar en las congregaciones que tienen el nombre de "evangélicas" el estudio de la Biblia, como Palabra revelada por Dios para salvación del hombre. Esto implica dejar de lado algunos "manuales" denominacionales que dicen cómo hay que interpretar ciertos textos bíblicos, sacándolos fuera del contexto de todo el consejo divino. Muchos siguen haciendo lo que los antepasados hicieron -citando a la Biblia donde se nos estimula al respeto de aquellos- para no herir una tradición que es cara a todo grupo denominacional. Ocurre que no pocas de esas tradiciones se han convertido en verdaderas traiciones a la Palabra de Dios. Y hay quienes han idolatrado a su "autor de turno favorito"; escritores de best séller que levantan seguidores por todas partes. Millones que compran el libro, pugnan por su autógrafo cuando andan de gira por el mundo; y defienden a capa y espada lo que dicen. Esos escritores han convertido a muchos "creyentes" en verdaderos clubes de "fans" que poco a poco van dejando a un lado el contacto diario y directo con la vivificante Palabra revelada de Dios. El éxito editorial de muchos de los que hablan de la Biblia, han cavado peligrosas trincheras que separan al lector de la verdad que está en la Sola Escritura. Ella es la única que puede liberar con el poder de Cristo Jesús; pues es el Espíritu Santo quien abre el oído del pecador para que crea, iniciando en él la nueva vida (Romanos 10:17).

Solus Cristus.

La personalización del mensaje del Evangelio es clave a la hora de la conversión. Si la persona en quien se centra el mensaje es la de Jesucristo, el Salvador y Señor que se nos manifiesta en la Palabra de Dios, seguramente el mensaje influirá en el oyente -tarde o temprano- dejando su marca profunda. Si, en cambio, el que está predicando se convierte en el personaje central de la prédica, el mensaje ya ha sido diluido junto con todo aquello que rodea al predicador. La proliferación de "apóstoles", "profetas", "pastores" y "ungidos" -con o sin diploma- es una de las características actuales de esta mezcla entre lo que es de Dios y lo que es del hombre. Ningún "gran hombre" de Dios ha salvado jamás a uno sólo de sus prójimos. Y ha habido -gracias a Dios por ellos- muchos hombres dignos del Evangelio de Jesucristo; mensajeros que abrían sus bocas y concurrencias enteras caían de rodillas movidas a arrepentimiento. Pero, ninguno de ellos -por famosos que llegaron a ser- desplazó jamás a la persona de Jesucristo como centro del Evangelio, para ubicarse él mismo. No sólo no se pusieron como ejemplo, sino que renunciaron a todo con tal que fuese sólo a Cristo, “y a éste crucificado”, a quien mirasen, acudiesen y recibieran, personalmente, cada uno de los que escuchaban.

Sola Gratia.

Fueron necesarias las cartas apostólicas para ayudar a que los primeros cristianos no cayesen como moscas a causa de las herejías. Sobre las enseñanzas de Jesucristo, sus Apóstoles sentaron las bases doctrinales esenciales para la vida de fe de los primeros convertidos. En medio de los permanentes ataques del padre de mentiras con sus estratagemas y fábulas, esos siervos de Jesucristo siguen alentando al creyente verdadero a recordar que es sólo por la Gracia inmerecida de Dios que nos ha llegado la salvación.

Las herejías no son burdas. Las peores son las altamente atractivas porque apelan al sentimentalismo y la intelectualidad. Otras mueven al voluntarismo y al espíritu de servicio. Con visos de coherencia irrefutable van limando el carácter sobrenatural de la obra divina, para terminar reduciéndola a un conjunto de sutiles elaboraciones filosóficas, a una serie de leyes espirituales o a un decálogo del buen siervo. ¿Quién se animará a contradecir al "ungido maestro" de turno? Escuchamos decir, aquí y allá: "Es un hombre muy sensato ¿Cómo no hacer lo que él me dice que haga?" Y si nos atrevemos a arrojar alguna sombra de duda sobre el carismático personaje que los ha embelesado, se nos responde: "¿Cómo sabré si dice o no la verdad, si antes no cumplo con las sencillas tareas que se ha tomado el trabajo de delegarme? ¿Acaso el Antiguo Testamento no está lleno de ejemplos de lo que el pueblo debía hacer para que Dios lo bendijese?" En resumen: Obras para hallar gracia; en lugar de “solo por Gracia” para andar en las obras que Él preparó desde antes de la fundación del mundo (Efesios 2:10).

La veracidad de la salvación reside en que ésta proviene de Dios para todo aquél que cree en Jesucristo; como un regalo inmerecido, nunca como un justo salario. Creer, la acción que es resultado de la obra de Dios en el hombre, resulta en las obras de fe con que el hombre puede honrar a Dios. Dios obra en el hombre de fe para que éste obre Sus obras. Todo por Su sola Gracia.

Sola FIDE.


Nunca nada ha sido tan vapuleado como la fe. Los que juegan a la lotería, hinchan por un equipo de fútbol o desean conquistar el amor de alguien nos dicen con entusiasmo: “Yo tengo fe que….”. Otros, los que van a las urnas en una elección, se juegan unos boletos al caballo favorito, o se dirigen a las multitudinarias movilizaciones del líder religioso de turno nos aseguran convencidos “Yo le tengo fe a…”. Y, cuando falla el amigo, lo primero que sale de la boca es “le perdí la fe”.
La Biblia nos anuncia que todo aquello que no proviene de fe es pecado (Romanos 14:23).

En la larga lista que podríamos hacer entran todos los ejemplos citados. La verdadera fe no nace del ser humano, por bien intencionado que sea. Jesucristo es el autor de la fe (Hebreos 12:2); él vino al mundo para mostrarnos al Padre y para que creamos en el que lo envió.

La fe no necesariamente es un sentimiento, por bueno y sincero que este sea. El firmar una “declaración de fe” no garantiza su cabal cumplimiento; el repetir automáticamente una “oración de fe” no obliga a que el Dios Soberano la responda automáticamente; como tampoco el levantar la mano en “manifestación de fe” garantiza el convertirse en un hijo o en una hija de Dios.
Sola Fe; lo puede explicar aquel que sabe qué es y qué produce, porque ha nacido de Dios para vivir por ella.

Soli Deo Gloria

No hay gloria mayor que aquella que Dios diera a Su Hijo para concretar la Obra perfecta de la Salvación (Juan 17:4-5). Jesús, en un ruego nacido de un amor inquebrantable por aquellos que Su Padre le había encomendado, poco antes de obedecerle para ir “hasta la muerte, y muerte de cruz”, se refiere a ella: “La gloria que me diste, yo les he dado,…” (Juan17:22a). Y expresa claramente qué es lo que lo mueve a compartir su gloria: “para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22b). La Gloria le pertenece a Dios. Y Él es muy celoso de ella.

A pesar de ello, los hombres queremos conquistar la gloria por nuestros propios medios, para mérito propio, y así figurar donde creemos que nos corresponde. Al cumplirse diez años de su “exitoso” ministerio, un mediático pastor evangélico colgó una cartelera en plena transitada avenida de una populosa ciudad. Debajo de la gigantesca foto donde aparecía posando artísticamente junto a su esposa, una leyenda decía: “Diez años de Gloria. ¡Vamos por más!”.

Por no haberle dado la gloria a Dios muchos murieron de manera horrenda. El primer rey ungido en Israel, el vanaglorioso Saúl, pasó a la historia con más pena que gloria. Pensemos en el rey Herodes (Hechos 12:20-23). Por estar atraídos humanamente por ella, Ananías y Safira mintieron y murieron junto con su dinero (Hechos 5:1-11).

En su gran misericordia Dios no nos paga conforme a nuestros errores, ambiciones y desvaríos. Él está buscando hoy, porque “ahora es el día de salvación” (2° Corintios 6:2), que nos arrepintamos de todos nuestros pecados (los de comisión y omisión); volvamos a alimentarnos sólo de las Escrituras por Él reveladas; creamos sólo en Jesucristo su Hijo; seamos agradecidos por ser objetos de Su Gracia inmerecida y eficazmente salvadora; vivamos de la misma manera que hemos recibido a Jesucristo: por la sola fe que proviene de él; y disfrutemos el ser Un solo cuerpo, Un solo edificio espiritual, el que le pertenece sólo a Él, para su sola Gloria.

Sammy
Vivir en Misión

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