Eran tres cruces las que se encontraban en ese monte llamado “la calavera”. Sobre la cruz de en medio fue puesto un hombre llamado Jesús de Nazaret, quien había estado liberando a los oprimidos, limpiando a los leprosos, abriendo los ojos a los ciegos, resucitando a los muertos, alimentando a los hambrientos y dando esperanza a los desesperanzados.
Lo que llevó a Jesucristo hasta ese lugar, fue el odio del corazón humano en contra de Dios. Nada ha revelado tanto esta triste verdad como la cruz. Si queremos tener un vislumbre exacto de lo que es el mundo, el corazón humano y el pecado, debemos poner los ojos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Las voces que gritaban: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” fue la clara expresión del corazón humano manifestando como de ningún otro modo podían hacerlo, su verdadera enemistad y odio hacia Dios y hacia su propio Hijo.
Cuando el hombre clavó al Hijo de Dios en la cruz, colmó la medida de su culpabilidad y puso de manifiesto su ruina y depravación moral. Cuando el hombre prefirió a un ladrón y asesino como lo era Barrabás y rechazó al Cristo de la gloria, demostró que él ama más el robo y el crimen que la luz y el amor. Muchas personas pueden argumentar que el mundo ha cambiado y que ya no es el mismo que fue en los días de Herodes y de Poncio Pilato. Se cree que el mundo ha progresado y que la cultura civilizada de hoy, han suavizado las costumbres. Se cree que el Cristianismo ha esparcido sobre nuestro mundo su influencia purificante e iluminante. Aunque el Cristianismo ha influenciado para bien a este mundo, aún así, el mundo todavía sigue odiando a Dios y rechazando a su Hijo.
La realidad es que, al ver toda la cantidad de egoísmo, ambición, odio, guerras, crímenes, inmoralidad y orgullo reinar cada día con más poder a nuestro alrededor, estoy seguro que el mundo en el que vivimos crucificaría otra vez al Hijo de Dios si pudiera. El mundo todavía sigue odiando a Jesucristo. En la televisión por ejemplo, se tolera que se hable de cualquier personaje y de cualquier cosa menos de Jesucristo y de su obra en la Cruz por nuestros pecados. En los medios de comunicación, cualquier otro nombre es tolerado, menos el nombre de Jesucristo. El mundo ha cambiado de vestidos pero no de naturaleza. El mundo solo se ha despojado de la vestidura del paganismo y se ha revestido con el manto del cristianismo, pero debajo de ese manto todavía pueden verse los mismos hechos horribles de los días más tenebrosos del paganismo.
Pero en esa cruz, también se puso de manifiesto el amor que hay en el corazón de Dios hacia la humanidad. La Biblia nos dice que fue Jehová quien “quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:10). El pecado debe ser castigado y alguien debía pagar el precio del pecado y la desobediencia. La cruz es un punto de convergencia. En ella podemos ver un encuentro entre la hostilidad y el pecado del hombre, con la gracia y el amor de Dios. En la cruz, el hombre puso de manifiesto la profundidad de su odio, pero el Dios infinito puso de manifiesto la grandeza de su amor y misericordia.
Y en ese encuentro, fue el amor de Dios el que obtuvo la victoria. Jesucristo triunfó en esa cruz y el pecado fue despojado de su poder. Ese es el lado luminoso de la cruz. Así como José fue vendido y llevado como esclavo a Egipto con un propósito, así también, Cristo fue a la Cruz con un propósito bien definido. Es por eso que la cruz es gloriosa para aquellos que se arrepienten, para aquellos que han tomado su verdadero lugar y que han aceptado el juicio de Dios sobre sus pecados en la Persona de su Hijo y que admiten verdaderamente que la cruz es la dimensión de su propia culpabilidad. Ellos son los que pueden apreciar la cruz como la máxima expresión del infinito amor de Dios hacia ellos. Estos son los que por la fe en Él pueden deleitarse en esta verdad: que la misma cruz que demostró la enemistad del hombre contra Dios, ha demostrado también la misericordia de Dios hacia el pecador.
Por esa razón, la cruz siempre será un escándalo para muchas personas y un tropiezo para otras. Fue por esta verdad por la que el apóstol Pablo dijo que lo único en lo que él se gloriaba era en la cruz de Cristo. Pablo sabía que no había otra solución al problema del pecado, pues en esa cruz Dios juzgó al pecado de una vez y para siempre. Si hay algo en lo cual queremos gloriarnos, debe ser solamente en la cruz de Cristo y solo en ella.
Lo que llevó a Jesucristo hasta ese lugar, fue el odio del corazón humano en contra de Dios. Nada ha revelado tanto esta triste verdad como la cruz. Si queremos tener un vislumbre exacto de lo que es el mundo, el corazón humano y el pecado, debemos poner los ojos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Las voces que gritaban: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” fue la clara expresión del corazón humano manifestando como de ningún otro modo podían hacerlo, su verdadera enemistad y odio hacia Dios y hacia su propio Hijo.
Cuando el hombre clavó al Hijo de Dios en la cruz, colmó la medida de su culpabilidad y puso de manifiesto su ruina y depravación moral. Cuando el hombre prefirió a un ladrón y asesino como lo era Barrabás y rechazó al Cristo de la gloria, demostró que él ama más el robo y el crimen que la luz y el amor. Muchas personas pueden argumentar que el mundo ha cambiado y que ya no es el mismo que fue en los días de Herodes y de Poncio Pilato. Se cree que el mundo ha progresado y que la cultura civilizada de hoy, han suavizado las costumbres. Se cree que el Cristianismo ha esparcido sobre nuestro mundo su influencia purificante e iluminante. Aunque el Cristianismo ha influenciado para bien a este mundo, aún así, el mundo todavía sigue odiando a Dios y rechazando a su Hijo.
La realidad es que, al ver toda la cantidad de egoísmo, ambición, odio, guerras, crímenes, inmoralidad y orgullo reinar cada día con más poder a nuestro alrededor, estoy seguro que el mundo en el que vivimos crucificaría otra vez al Hijo de Dios si pudiera. El mundo todavía sigue odiando a Jesucristo. En la televisión por ejemplo, se tolera que se hable de cualquier personaje y de cualquier cosa menos de Jesucristo y de su obra en la Cruz por nuestros pecados. En los medios de comunicación, cualquier otro nombre es tolerado, menos el nombre de Jesucristo. El mundo ha cambiado de vestidos pero no de naturaleza. El mundo solo se ha despojado de la vestidura del paganismo y se ha revestido con el manto del cristianismo, pero debajo de ese manto todavía pueden verse los mismos hechos horribles de los días más tenebrosos del paganismo.
Pero en esa cruz, también se puso de manifiesto el amor que hay en el corazón de Dios hacia la humanidad. La Biblia nos dice que fue Jehová quien “quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:10). El pecado debe ser castigado y alguien debía pagar el precio del pecado y la desobediencia. La cruz es un punto de convergencia. En ella podemos ver un encuentro entre la hostilidad y el pecado del hombre, con la gracia y el amor de Dios. En la cruz, el hombre puso de manifiesto la profundidad de su odio, pero el Dios infinito puso de manifiesto la grandeza de su amor y misericordia.
Y en ese encuentro, fue el amor de Dios el que obtuvo la victoria. Jesucristo triunfó en esa cruz y el pecado fue despojado de su poder. Ese es el lado luminoso de la cruz. Así como José fue vendido y llevado como esclavo a Egipto con un propósito, así también, Cristo fue a la Cruz con un propósito bien definido. Es por eso que la cruz es gloriosa para aquellos que se arrepienten, para aquellos que han tomado su verdadero lugar y que han aceptado el juicio de Dios sobre sus pecados en la Persona de su Hijo y que admiten verdaderamente que la cruz es la dimensión de su propia culpabilidad. Ellos son los que pueden apreciar la cruz como la máxima expresión del infinito amor de Dios hacia ellos. Estos son los que por la fe en Él pueden deleitarse en esta verdad: que la misma cruz que demostró la enemistad del hombre contra Dios, ha demostrado también la misericordia de Dios hacia el pecador.
Por esa razón, la cruz siempre será un escándalo para muchas personas y un tropiezo para otras. Fue por esta verdad por la que el apóstol Pablo dijo que lo único en lo que él se gloriaba era en la cruz de Cristo. Pablo sabía que no había otra solución al problema del pecado, pues en esa cruz Dios juzgó al pecado de una vez y para siempre. Si hay algo en lo cual queremos gloriarnos, debe ser solamente en la cruz de Cristo y solo en ella.
Daviel D’Paz
1 comment:
Querido hermano Daviel,
si las prédicas que se escuchan en muchos de los púlpitos de nuestro dilatado continente americano, fuesen fundamentadas como lo son tus escritos, veríamos menos gente atraída por los "mlagros" de Dios; sería así porque sólo vendrían aquellos que buscan de corazón al Dios de los milagros; quien nos habla en la Biblia y nos llama a arrepentirnos si deseamos conocerle de verdad. Ese es el mejor milagro.
Comprometo mis oraciones por tu ministerio, qurido hermano, y te pregunto si también lo ejerces en inglés. Mi deseo es poder contribuir contigo en este espacio, para que también llegue a ser leído por qjuienes no hablan el español.
Un fraternal abrazo en Jesucristo,
Sammy
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