La primera parte de este artículo consistió principalmente sobre el análisis del argumento hermenéutico respecto al bautismo de infantes. El argumento hermenéutico enfatiza la necesidad de examinar TODAS las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento cuando abordamos el tema del bautismo.
En esta segunda parte estaré examinando el segundo argumento usado para respaldar el bautismo de infantes el cual he titulado:
A simple vista, pareciera ser que la postura Reformada no apela en primer lugar a las Escrituras para sustentar la práctica del bautismo de infantes. Pero esta conclusión solo puede ser sostenida si desconocemos o si no estamos familiarizados con los argumentos presentados sobre la historia de la redención la cual tuvo sus inicios no el Nuevo Testamento, sino en el Antiguo. Por lo tanto, para poder comprender las bases bíblicas y teológicas que sustentan al bautismo de infantes, debemos examinar la historia redentora no partiendo del Nuevo Testamento, sino comenzando donde las Escrituras comienzan: con la caída del hombre en pecado y la promesa de redención en Génesis 3:15.
Sin lugar a dudas, uno de los aspectos más sorprendentes de la teología Reformada es su consistencia al abordar TODAS las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Por esa razón, la teología Reformada no apela a dos o tres versículos en el Nuevo Testamento para formular y defender tanto la doctrina como la práctica del bautismo. Tal sistema teológico ve una conexión orgánica entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (tal como ya lo he demostrado en la primera parte) y una relación indivisible entre el pueblo de Dios del AT y el pueblo de Dios del NT. Tan solo estas características nos deberían impulsar a sentir un profundo respeto por dicha teología, independientemente de si estamos de acuerdo o no con las conclusiones a las que llegan los teólogos Reformados.
El Pacto con Adán en el jardín del Edén
La teología Reformada enseña que Dios hizo un pacto con Adán después de haberlo creado. Oseas 6:7 nos habla de ese pacto de la siguiente manera: “Pero ellos, como Adán, han transgredido el pacto; allí me han traicionado” (LBLA). Ese pacto conocido como “el pacto de obras” fue hecho también con la humanidad en general representada en Adán. Este Pacto de obras lo vemos establecido en Génesis 2:15-17. Aunque algunos teólogos reformados difieren sobre lo apropiado del título “el pacto de obras” y algunos prefieren llamarlo como “el periodo de prueba” y otros como “el pacto de vida”, sin embargo todos están de acuerdo en que Dios deja al descubierto con estas palabras la relación CONDICIONAL entre Él y la humanidad entera representada en Adán antes de la caída, prometiéndoles VIDA a cambio de su obediencia, pero MUERTE si ellos llegaban a desobedecerle.
No se puede negar el hecho de que Dios hizo un pacto con Adán cuando lo creó y lo puso en el huerto del Edén para que lo cuidara y lo labrara. Por medio de ese pacto el Señor puso de manifiesto su cuidado por la creación, dándole a Adán la responsabilidad de ser el líder de su familia y de la sociedad en la que vivía. Adán no solamente se representaba a sí mismo, sino que era el representante de su propia familia y de toda la raza humana. Como cabeza de la raza humana, Adán es nuestro representante en todo. Si él le obedecía a Dios nosotros le obedecíamos también, pero si él le desobedecía, también nosotros le desobedecíamos. Cuando él falló en cumplir con el mandamiento de Dios y quebrantó el pacto entre él y Dios, no solo él experimentó las consecuencias de esa desobediencia, sino también su familia y toda la raza humana.
John M. Frame nos da algunos importantes detalles del significado que tiene el pacto de obras:
“¿Por qué es importante este ‘pacto de obras’ para nosotros en la actualidad? Primero, porque podemos vernos a nosotros mismos como transgresores del Pacto con Adán (Isa. 24:5). En Adán, nosotros fallamos la prueba también y no tenemos cual ninguna esperanza de salvarnos por medio de nuestras obras. Pero en donde fallamos con Adán, Cristo gloriosamente obtuvo la victoria. El obedeció a Dios de manera perfecta y puso su vida como un sacrificio para compensar por nuestra desobediencia. Lo único que somos en nosotros mismos es transgresores del pacto, pero en Cristo somos cumplidores. Al pensar acerca del pacto de obras, podemos aprender que Dios demanda cierta perfección que no podemos obtener; que Jesús obtuvo esa perfección y que en él nuestra salvación es completa. Jesús hizo en nuestro lugar todo lo que el Padre le mandó. Así que, nada puede separarnos de él o del Padre” (John M. Frame, “Salvation Belongs to the Lord”, p. 119, P&R 2006).
Por lo tanto, Adán era por así decirlo, el representante federal de todos los que se encontraban bajo su autoridad en ese pacto con Dios. Y debido a que Adán se convirtió en un transgresor del pacto, Dios pronunció ciertas maldiciones sobre el orden creado (Génesis 3:14-19). Al violar el pacto con Dios, Adán quedó bajo las maldiciones de ese pacto. Adán no solo era el responsable de cuidar de su esposa, sino también era el representante oficial de TODA la humanidad. Si Adán obedecía a Dios, todos los seres humanos seríamos considerados obedientes, pero si Adán desobedecía, todos seríamos considerados desobedientes y transgresores. Cada día que Adán y Eva veían el árbol de la ciencia del bien y del mal, recordaban claramente las palabras de Dios sobre los resultados de la obediencia y la desobediencia. Pero Adán y Eva desobedecieron. La desobediencia de Adán como el representante federal, trajo como resultado la caída en pecado de TODA la humanidad y dejó al descubierto que el ser humano (aún en su estado prístino) no pudo cumplir con los mandamientos de Dios bajo ese pacto.
Sin embargo, aunque Adán lo único que merecía eran las maldiciones del pacto por su desobediencia, Dios mostró Su gracia al establecer un nuevo pacto con él y prometer un redentor (Génesis 3:15). Ese pacto de gracia fue puesto en operación inmediatamente después de la caída, el cual proveía redención a las criaturas pecadoras. No solo eso, sino que en ese pacto se encontraba incluida la promesa de que Jesucristo, quien es la simiente de la mujer, sería quien finalmente le aplastaría la cabeza a la serpiente y redimiría a los pecadores, a sus familias y a sus respectivas sociedades.
John M. Frame comenta que “Dios hizo dos pactos con Adán: el pacto de obras antes de la caída y el pacto de gracia después de ésta. Dios pronunció maldiciones sobre la serpiente, la mujer, el hombre y la tierra. Pero entre esas maldiciones pronunciadas, también había promesas de bendición. Dios no les quitó la vida inmediatamente a esa desobediente pareja, tal como era de esperarse, sino que les dio muchos años de vida….La gracia de Dios continuaba. Durante el resto de sus vidas y las de sus descendientes, ellos serían alimentados por medio de su trabajo en la tierra. Aún cuando el trabajo de Adán sería más laborioso debido a los cardos y espinos, de todas maneras sería exitoso. Cosecharía frutas, granos y aceite para su propio sustento y el de su familia. Y también tendrían hijos. Dios no solo les permitió vivir a Adán y Eva, sino que también los capacitó para tener hijos dándoles vida a sus hijos y a los hijos de sus hijos….Uno de esos hijos sería muy especial, quien le aplastaría la cabeza a la serpiente (Gen. 3:15). Él no solo viviría, sino que derrotaría a la muerte en su mismo origen. Esta es la promesa de Jesús, el Redentor y Mediador”. (John M. Frame, op.cit, p. 122).
La fe Reformada enseña que después de la caída en pecado, Dios tuvo a bien el hacer un segundo pacto con Adán al que se le conoce como “el pacto de gracia”. Este “pacto de gracia” fue iniciado inmediatamente después de la caída y se extiende hasta las últimas páginas del Nuevo Testamento. La teología Reformada ha entendido correctamente que el principio gobernante tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, es la gracia de Dios en Cristo. La Confesión de Fe de Westminster dice que “no existen por lo tanto dos pactos de gracia, quienes difieren en sustancia, sino solo uno bajo distintas administraciones” (WCF 7.6 énfasis añadido).
Aunque en el Antiguo Testamento encontramos varios pactos realizados con distintas personas, la fe Reformada afirma que no son pactos distintos, sino un mismo pacto de gracia el cual vemos a través de todas las Escrituras y a través de la historia redentora. Lo único distinto en este pacto de gracia, son las diferentes administraciones. Estas diferentes administraciones pueden ser vistas en el pacto con Adán, con Noé, con Abraham, con Moisés, con David y con Jesucristo en el Nuevo Pacto.
Robert R. Booth explica este concepto de la siguiente manera:
“Cada una de esas administraciones fueron edificadas sobre y expandieron la revelación de la misma promesa de redención. En Efesios 2:12 se nos dice que los gentiles eran “ajenos a los pactos de la promesa”. Notemos que Pablo se refiere a solamente una promesa y a una pluralidad de pactos, los cuales administraban esa promesa. El pacto de la promesa es igual que la Constitución de los Estados Unidos, en el sentido que también debe ser administrada. Existe un pacto (o Constitución), pero existen varias administraciones a través del tiempo. Las administraciones del Pacto son similares a las distintas administraciones presidenciales, en donde cada una administra a la misma Constitución. La Constitución trasciende a las distintas administraciones presidenciales. Aunque cierta clase de enmiendas pueden ser legalmente realizadas a la Constitución bajo una administración en particular, la Constitución permanece en su legítimo lugar. No vemos una nueva Constitución cada vez que cambia la administración” (Robert R. Booth, op. cit. p.34, énfasis añadido).
El tema de si existe un solo pacto con distintas administraciones (tal como es sostenido por la teología Reformada), o si existen diferentes pactos independientes el uno del otro (tal como es sostenido por la teología Dispensacional), tiene que ver profundamente con la doctrina y práctica del bautismo. Una vez más, Robert Booth explica en qué consiste esto:
“La pregunta de si existe o no un solo pacto de gracia que se extiende a través de todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, es central en el debate sobre el bautismo. Calvino observó que si el bautismo de infantes llegaba a ser anulado, entonces la continuidad del Antiguo Pacto con el Nuevo Pacto tendría que ser también anulada. John Gill el famoso Bautista inglés, se atrevió incluso a negar que el pacto con Abraham ¡fuera un pacto de gracia! Gill dijo: ‘Ahora, que este pacto [el pacto con Abraham] no fue un pacto de gracia en su pureza, distinto al pacto de obras, sino mas bien un pacto de obras, quedará patentemente demostrado; y si es así, entonces el principal fundamento para el bautismo de infantes es destruido’. Gill afirmaba que el pacto de gracia mencionado en Gálatas 3 se refiere al pacto de Dios con Abraham en Génesis 12, pero no a su “pacto de obras” de Génesis 17. La clara enseñanza sobre la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, ha llevado a algunos Dispensacionalistas y Bautistas a “inventar” un segundo pacto con Abraham, uno que confirme su sistema de pensamiento. Pero la Biblia está unida en su presentación respecto al plan redentor de Dios. El Señor ha sido fiel en cumplir con su plan de una manera inquebrantable, mostrando su preocupación redentora por los individuos, las familias y la sociedad. Ya que cada una de estas áreas de la vida humana fueron desastrosamente afectadas por la caída, Dios se propuso redimir a cada una de esas áreas de una manera gloriosa. Cada administración de los pactos desempeñó un papel esencial en llevar a su cumplimiento el plan magnificente de Dios de redimir a los pecadores” (Robert Booth, op. Cit. p. 34,35 énfasis añadido).
Dios no solo hizo una promesa de redimir a sus criaturas caídas, sino que además instituyó ciertas ceremonias las cuales simbolizaban esa redención que tendría lugar con el cumplimiento de la promesa la cual es Cristo. Dios no solo hizo un pacto con Adán, sino también con Noé, con Abraham, con Moisés y con David. Dios también proveyó ciertas “señales” las cuales les recordarían de Su promesa sobre un redentor quien finalmente sería revelado como el Mediador de ese Pacto. Cuando la promesa tuvo finalmente su cumplimiento en la Persona de Cristo, las “señales” previamente establecidas no fueron descartadas, sino que tomaron un nuevo uso y significado. Esas señales fueron la celebración de la Pascua y el rito de la circuncisión en el AT y el bautismo y la Cena del Señor en el NT.
Estaremos examinando esas “señales”, su respectivo significado y su estrecha relación en ambos Testamentos en la tercera parte de este artículo.
Daviel D’Paz
2 comments:
Hermano, muchas gracias por el tiempo que se ha tomado para analizar y explicar el tema. Es muy necesario "hilar fino" este tema, muchos bautistas caen en el error de perder la unidad de la Escritura al entrar en lo respectivo al bautismo cuando se enfrentan a la teología reformada. Muchas gracias, espero la tercera entrada.
Bendiciones en el Amado.
Hola Edi:
Gracias por tu comentario y tu importante observacion. Es muy cierto que en general los bautistas dividen las Escrituras cuando abordan este tema (ironicamente aun bautistas reformados de la talla de James White).
Pero creo que es necesario abordar este tema no solo de manera muy cuidadosa, sino tambien empleando una hermeneutica que tome en cuenta TODAS las Escrituras (tal como lo hace la fe Reformada) y no solamente el Nuevo Testamento (tal como ha sido la costumbre de los Anabautistas), ya que el tema del bautismo, aunque es una ordenanza del NT, tiene sus raices en el Antiguo Testamento.
Ironicamente, los Bautistas Reformados cuando se enfrentan con este tema, se inclinan hacia los postulados Anabautistas y arrojan la hermeneutica Reformada a la basura, lamentablemente.
Estoy trabajando en la tercera parte y espero terminarla pronto.
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