Uno de los “slogans” que fue acuñado y popularizado por los Reformadores en el siglo XVI fue “ecclesia reformata, semper reformanda” (Iglesia Reformada, siempre reformándose). En el corazón de este “slogan” se encuentra la idea de que la obra de la Reforma no terminaba con ellos, ni mucho menos que dicha labor ya se encontraba concluida. Los Reformadores estaban en lo correcto al pensar que la obra de la reforma era algo que debía seguir, aún cuando ellos ya no estuvieran en esta tierra y no pudieran continuar con tan noble tarea.
Otro de los importantes “slogans” que ellos popularizaron fue: “sola scriptura, tota scriptura” (Solo las Escrituras y todas las Escrituras). Los Reformadores fueron creyentes que deseaban volver a las Escrituras como la única fuente de autoridad en cuestiones de fe y moral, contrario a las enseñanzas de Roma. Pero nunca desearon instituirse ellos mismos como una segunda fuente de autoridad a la par de las Escrituras, pues reconocían que eran seres humanos falibles, sujetos a errores y equivocaciones. Es debido a estos dos slogans que tuvieron su origen en la época de la Reforma, que todo creyente debe estar consciente que la iglesia militante seguirá reformándose. Esto no significa que la iglesia va a aceptar nuevas doctrinas y revelaciones que no fueron aceptadas por ellos, sino más bien, que la iglesia va a continuar reformándose al enfrentarse son nuevos retos y desafíos, pero tomando como base las doctrinas esenciales de la fe cristiana que ellos sostuvieron y defendieron de manera tan efectiva.
En esta serie de artículos me propongo examinar de manera breve pero concisa, uno de los temas más difíciles y controversiales del mundo cristiano evangélico: el bautismo de infantes. No es mi intención representar la postura sobre el bautismo de infantes de manera superficial y/o equivocada (tal como muchos lo han hecho y lo siguen haciendo) al recurrir a argumentos descuidados o irresponsables creando “muñecos de paja” o haciendo “caricaturas” de lo que otros creen, pues reconozco que tales acciones son prohibidas por las Escrituras ya que violan el noveno mandamiento que dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). Mi propósito es examinar los argumentos a favor del bautismo de infantes de la manera más acertadamente posible y permitir que los que defienden dicha postura presenten sus argumentos para poder evaluarlos a la luz de TODAS las Escrituras. Por otro lado, escribo este artículo no como un experto en el tema, sino como alguien que ha comenzado a examinar los argumentos usados para respaldar el bautismo de infantes por aquellos que lo defienden. Creo que esa es la única manera correcta de comprender y evaluar lo que otros creen. Debido a que ha crecido bajo una tradición distinta (el credo-bautismo), se requiere un doble esfuerzo de mi parte para no mal representar los argumentos de aquellos que abogan por el paedo-bautismo.

“La complejidad de la discusión no es necesariamente culpa de los teólogos o el resultado de su supuesta propensidad a los argumentos complicados. La pregunta de si la iglesia debe bautizar infantes o no, es intrínsecamente compleja, pues es imposible contestarla adecuadamente sin tener que discutir también nuestro punto de vista sobre los sacramentos en general. Y nuestro punto de vista sobre los sacramentos, su naturaleza y eficacia, involucra la manera en la que vemos todo el tema de la salvación, entendida como el acto de gracia por parte de Dios en el perdón y la reconciliación, mediado al pecador en y a través de la comunidad de los redimidos, la iglesia cristiana” (Paul J. Jewett, “Infant Baptism and the Covenant of Grace”, p. 2, Eerdmans 1978).
Debido a que el tema sobre el bautismo de infantes es muy variado (desde el catolicismo romano hasta la iglesia ortodoxa griega, sin pasar por alto el anglicanismo y el luteranismo, etc.), muchos creyentes bienintencionados tienden a poner todas estas posturas en un mismo saco, como si cada una de ellas fueran exactamente lo mismo. Pero la verdad es que no son lo mismo, aunque a simple vista parezcan serlo. Las razones bíblicas y teológicas de cada una de estas posturas difieren marcadamente entre sí. Mi enfoque principal en este análisis será en el bautismo de infantes tal como es expresado y defendido por las principales Confesiones de Fe de las iglesias Presbiterianas y Reformadas exclusivamente.
I. Argumentos a favor del bautismo de infantes
La pregunta número 74 del catecismo de Heidelberg dice:
Pregunta: ¿Deben ser bautizados también los infantes?
Respuesta: Si. Pues tanto ellos como los adultos pertenecen a la comunidad del Pacto (Gen. 17:7), y también a ellos se les promete el perdón de los pecados por medio de la sangre de Cristo (Mateo 19:14) y el Espíritu Santo quien produce la fe (Sal.22:10; Is. 44:1-3; Luc. 1:15; Hechos 2:39; 16:31).
Por lo tanto, ellos deben ser incorporados a la iglesia cristiana por medio del bautismo, que es la señal del Pacto y que los distingue de los hijos de los incrédulos (Hechos 10:47; 1Cor. 7:14). Esto era hecho bajo el Antiguo Testamento por medio de la circuncisión (Gen. 17:9-14), en cuyo lugar el bautismo fue instituido en el Nuevo testamento (Col. 2:11-13).
La Confesión de Fe de Westminster también afirma esto en el capítulo XXVIII, párrafo IV dice:

Estas breves afirmaciones se encuentran llenas de contenido bíblico y teológico. Si no estamos familiarizados con dicho contenido, vamos a sentirnos impulsados a rechazar inmediatamente tales afirmaciones debido a que no estamos comprendiendo bien el trasfondo y las bases bíblicas para dichas afirmaciones. La mayoría de las confesiones de Fe en el mundo Reformado, permiten a los hijos (infantes) de padres creyentes el ser bautizados también. La razón para tal participación del bautismo, es debido a que los niños, al igual que sus padres creyentes, ambos se encuentran incluidos dentro del Pacto de Gracia. El catecismo de Heidelberg expone claramente la razón por la que los hijos de padres creyentes pueden ser bautizados: porque así como la circuncisión era hecha a los hijos de los Israelitas en el AT, así también el bautismo el cual ha reemplazado a la circuncisión en el NT, puede ser aplicado a los hijos de padres creyentes. Este acercamiento es, desde luego, algo inherente en la teología Reformada que ve en el Antiguo y en el Nuevo Testamento una estrecha relación y una continuidad tal, que divorciar el Nuevo Testamento del Antiguo no solo es algo que nunca debe hacerse, sino que cuando lo hacemos, tal acción nos conduce a errores bastante serios. Por eso, el primer argumento a favor del bautismo de infantes tiene que ver en cómo interpretamos las Escrituras.
1. El argumento hermenéutico: ¿Cómo debemos interpretar las Escrituras?
El argumento hermenéutico nos muestra la necesidad e importancia de interpretar adecuadamente TODAS las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Todo creyente que pide que se le muestre un solo versículo en el Nuevo Testamento en donde hable de manera explícita sobre el bautismo aplicado a los infantes, es porque tal vez no se encuentra familiarizado con la UNIDAD y la CONTINUIDAD que existe entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La unidad y continuidad que existe entre los dos Testamentos, es a veces ignorada o pasada por alto debido a una equivocada tendencia a ver al Antiguo Testamento como un libro independiente y completamente SEPARADO del Antiguo en el mejor de los casos, o como algo OBSOLETO que ha sido REEMPLAZADO casi en todo sentido por el Nuevo Testamento, en el peor de los casos.
Pero al estudiar detenidamente el Nuevo Testamento, nos damos cuenta que la mayoría de los escritores neo-testamentarios apelaron al Antiguo Testamento para fundamentar sus argumentos tanto históricos como teológicos y demostrar que este hablaba claramente sobre todas las cosas que estaban sucediendo: desde la llegada del Mesías prometido en varias porciones de las Escrituras, así como su muerte, sepultura y resurrección, hasta su ascensión al cielo y el sentarse en el trono a la diestra de Dios. De hecho, el Antiguo Testamento eran las únicas Escrituras que ellos tenían en el primer siglo. Cuando el apóstol Pablo le escribió al joven Timoteo que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16), se estaba refiriendo principalmente al Antiguo Testamento ya que el Nuevo Testamento todavía no se había terminado de escribir y las únicas Escrituras que Timoteo conocía era el Antiguo Testamento. Por lo tanto, si deseamos entender la postura paedo-bautista con justicia, lo primero que debemos hacer, es esforzarnos por tener un entendimiento básico de la comprensión reformada sobre TODAS las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
La relación orgánica entre el AT y el NT


Uno de los principales argumentos de Marción para rechazar el Antiguo Testamento, era que este no podía ser reconciliado con el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Marción veía que el código de conducta bajo el Antiguo Testamento era el de “ojo por ojo y diente por diente”, mientras que Cristo hizo a un lado este precepto. Josué le ordenó al sol que se detuviera para poder continuar con la masacre de sus enemigos, mientras que Pablo exhortaba: “no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. En el Antiguo Testamento se permitía el divorcio y la poligamia, pero en el Nuevo ninguno de los dos es permitido. Moisés había reforzado el Sábado y la Ley, mientras que Cristo había liberado a los creyentes de ambos.
Marción encontraba contradicciones aún en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Dios había ordenado que no se hiciera cual ningún trabajo en el día de reposo, sin embargo, les ordenó a los israelitas a cargar el arca alrededor de Jericó 7 veces en el día sábado. Dios había prohibido hacer imágenes de fundición, pero también le ordenó a Moisés a que hiciera una serpiente de bronce. La deidad revelada en el Antiguo Testamento no podía ser omnisciente, de otra manera no le hubiera preguntado a Adán “¿En donde estás tú?” (Génesis 3:9).

Lamentablemente, el deseo por divorciar el Nuevo Testamento del Antiguo no terminó con la muerte de Marción. A lo largo de la historia de la iglesia se han podido ver estas mismas tendencias mostradas de diferentes formas. Geoffrey W. Bromiley comenta sobre esta misma tendencia mostrada en la actualidad de querer divorciar al Antiguo Testamento del Nuevo y de hacer a un lado toda clase de continuidad entre ambos Testamentos:

¿Cómo debemos interpretar entonces el Nuevo Testamento?
Si tomamos el Nuevo Testamento como algo completamente separado del Antiguo, tal como muchos creyentes lo hacen, lo más probable es que caeremos en serios errores tal como Marción y muchos otros lo han hecho a lo largo de la historia. Por lo tanto, el Nuevo Testamento debe ser siempre interpretado tomando en cuenta la base sobre la cual éste descansa: el Antiguo Testamento. No debemos acercarnos al Nuevo Testamento como si fuera un libro completamente independiente del Antiguo, pues al hacerlo, podemos llegar a conclusiones completamente equivocadas. Robert R. Booth nos comenta en qué consiste esto:
“Debemos rechazar cualquier sugerencia de comenzar nuestro estudio de cualquier doctrina con el Nuevo Testamento por sí solo. Esto es verdad por dos importantes razones. Primero, El Nuevo Testamento puede ser interpretado apropiadamente solo en el contexto del Antiguo Testamento. Tanto el texto mismo del Antiguo Testamento como la cultura que lo produjo, proveen el fundamento para comprender cómo aquellos quienes recibieron por primera vez el Nuevo Testamento habrían entendido sus enseñanzas. Dios ha preservado un registro escrito e inspirado tanto de la historia de la redención como de las experiencias históricas de su pueblo. Estos no son puntos menores que pueden ser ignorados o dejados de lado si es que vamos a llegar a un entendimiento correcto de cualquier doctrina. Ningún relato (o versículo) de las Escrituras se encuentra aislado de todos los demás –todos ellos se encuentran relacionados y tienen un impacto el uno sobre el otro-. Por lo tanto, no debemos apresurarnos al Nuevo Testamento con una concordancia en mano y presumir que tenemos todas las herramientas y la información necesaria para llegar a una acertada conclusión acerca de cualquier doctrina.
Una segunda razón por la que no debemos comenzar con el Nuevo Testamento, es que las doctrinas del Nuevo Testamento tienen sus raíces en el Antiguo Testamento. Cuando leemos en Gálatas 3:29 que nosotros somos “hijos de Abraham” y “herederos según la promesa”, somos llevados inmediatamente al libro de Génesis para poder comprender lo que se afirma. Cuando leemos en Filipenses 3:3 que nosotros somos “la verdadera circuncisión” debemos ir al Antiguo Testamento para poder descubrir lo que era la circuncisión y la función que desempeñaba. Cuando leemos en Romanos 15:8 que Cristo vino para “confirmar las promesas hechas a los padres”, o cuando leemos en Efesios 2:12 que los gentiles “estaban alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa” es solo en el Antiguo Testamento que podemos descubrir el fundamento para estas enseñanzas….El Nuevo Testamento nos conduce inmediatamente al Antiguo Testamento cuando intentamos entender las doctrinas de la creación, del pecado, de la redención, del sacrificio de Cristo; la expiación, el sacerdocio, la disciplina en la iglesia, la cena del Señor, el matrimonio, el divorcio, las familias, los pactos, el juicio, el cielo y muchos temas más”. (Robert R. Booth, “Children of the Promise”, ps. 20, 21; P&R 1995).
Resumiendo este primer argumento, podemos decir entonces que todas las doctrinas bíblicas tales como: el pecado original, la fe, la gracia, la justificación, la redención, la santificación, el bautismo, etc., no deben ser estudiadas únicamente en el Nuevo Testamento, sino tomando en cuenta también lo que el Antiguo Testamento nos enseña sobre dicha doctrina y las bases que establece para tales doctrinas. Esto debe ser algo en lo que todos deberíamos estar de acuerdo sin importar cual sea nuestra respectiva postura sobre el bautismo.
Daviel D'Paz
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