La entrevista que Nicodemo tuvo con Jesús nos enseña una verdad indispensable para conocer cual es la verdadera naturaleza de la salvación y de la vida cristiana. Cuando comprendemos cual era la identidad de Nicodemo (un judío) y el concepto que él tenía de la salvación (que se obtiene por medio de guardar la ley y de hacer buenas obras), podremos entender a lo que se refería Jesús con las palabras que él le dijo esa noche. El relato de este interesante encuentro surge de lo que el apóstol Juan escribió sobre la omnisciencia de Cristo.
Juan dice que al ver las señales y milagros que Cristo hacía, “muchos creyeron en su nombre”, pero también nos dice que “Jesús mismo no se fiaba de ellos” porque él “conocía a todos” y no había necesidad de que nadie le diera un buen testimonio o una buena recomendación de las personas, pues él sabía muy bien lo que había en el corazón de cada uno de ellos. El punto que Juan intenta hacer con estas palabras, es que muchas personas aparentaban “creer” en Cristo, pero su fe era una fe puramente intelectual. Tal fe era producida solo por los milagros que le veían hacer a Cristo y no por el resultado de la obra regeneradora del Espíritu Santo:
23 “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. 24 Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, 25 y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:23-25)
La identidad de Nicodemo
Después de decir que Jesús no se “fiaba” de las personas porque las conocía muy bien, Juan pasa a relatar el ejemplo de un hombre llamado Nicodemo a quien también Cristo conocía muy bien. Nicodemo era “un principal” entre los judíos y un Fariseo dedicado a guardar la ley de Moisés al pie de la letra. Los Fariseos eran un grupo de personas extremadamente religiosas y legalistas con los que Jesucristo tuvo algunos enfrentamientos debido a que solo se enfocaban en lo exterior, pero se olvidaban que la verdadera religión comienza en el corazón (Mateo 23:13-33).
Se dice que los Fariseos observaban más de 600 tradiciones y que la mayor parte de esas tradiciones habían sido inventadas por ellos mismos. Los Fariseos estaban tan enamorados de la religión, que cuando Jesucristo vino ofreciendo gracia y perdón hasta al más vil pecador, ellos no estuvieron dispuestos a aceptar ese perdón. Nicodemo como buen Fariseo siempre había pensado que la salvación se ganaba a través de las buenas obras. Tal vez él pensaba que Jesucristo lo iba a felicitar por su celo y estricto legalismo, pero lejos de hacer eso, Jesucristo lo confrontó con una clara realidad que Nicodemo desconocía:
1 Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. 2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. 3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. 9 Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? 10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Juan 3:1-10).
El temor de Nicodemo
El versículo 2 nos dice que Nicodemo “vino a Jesús de noche”. Una de las razones que pudieron haber existido para que Nicodemo fuera a ver a Jesús de noche, era tal vez por el temor de perder su buena reputación. Juan nos dice que Nicodemo era un “principal entre los judíos”. No solo era un Fariseo sino que también era un miembro del Sanedrín, el poderoso cuerpo gobernante de la nación judía. Como un hombre “principal”, Nicodemo tenía todos los ojos del pueblo puestos en él. Todas las personas seguían sus movimientos a cada momento. Era algo así como una figura pública. Si un personaje importante en la actualidad dice algo o hace algo, todos los medios de comunicación relatan lo que dijo y lo que hizo. De la misma manera, Nicodemo sabía que todas las personas seguían sus movimientos muy de cerca y lo más probable era que también los “paparatzis” de ese tiempo deseaban vender al mejor postor una interesante y escandalosa historia de lo que Nicodemo hizo el día anterior.
Pero Nicodemo también había escuchado que los Fariseos habían expulsado a algunas personas de la sinagoga porque creían en Jesús y porque hablaban muy bien de él:
22 “Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Juan 9:22).
Tal vez Nicodemo pensaba que si alguien lo veía conversando con Jesús, podía ser malinterpretado y ser acusado de ser un discípulo secreto de Cristo. Y para no correr riesgos, mejor decidió visitar a Jesús de noche.
Lo que sabía Nicodemo
En el versículo 2, también encontramos la confesión de Nicodemo respecto a lo que él pensaba de Jesucristo:
“Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”.
Nicodemo estaba dispuesto a reconocer que Jesucristo era un “gran maestro” o que era “el más grande de los profetas”, pero lo que Nicodemo necesitaba reconocer y confesar públicamente, era que Cristo es Dios manifestado en carne. Como un buen estudioso del Antiguo Testamento, Nicodemo sabía muy bien que solo los profetas podían hacer esa clase de milagros que Cristo realizaba. Pero por otro lado, Nicodemo parecía ignorar todo lo que el Antiguo Testamento decía sobre las credenciales que presentaría el Mesías cuando viniera.
Tal parece que Jesucristo ignoró la confesión que hizo Nicodemo y se enfocó más bien en la verdadera necesidad de ese maestro judío:
Juan dice que al ver las señales y milagros que Cristo hacía, “muchos creyeron en su nombre”, pero también nos dice que “Jesús mismo no se fiaba de ellos” porque él “conocía a todos” y no había necesidad de que nadie le diera un buen testimonio o una buena recomendación de las personas, pues él sabía muy bien lo que había en el corazón de cada uno de ellos. El punto que Juan intenta hacer con estas palabras, es que muchas personas aparentaban “creer” en Cristo, pero su fe era una fe puramente intelectual. Tal fe era producida solo por los milagros que le veían hacer a Cristo y no por el resultado de la obra regeneradora del Espíritu Santo:
23 “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. 24 Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, 25 y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:23-25)
La identidad de Nicodemo
Después de decir que Jesús no se “fiaba” de las personas porque las conocía muy bien, Juan pasa a relatar el ejemplo de un hombre llamado Nicodemo a quien también Cristo conocía muy bien. Nicodemo era “un principal” entre los judíos y un Fariseo dedicado a guardar la ley de Moisés al pie de la letra. Los Fariseos eran un grupo de personas extremadamente religiosas y legalistas con los que Jesucristo tuvo algunos enfrentamientos debido a que solo se enfocaban en lo exterior, pero se olvidaban que la verdadera religión comienza en el corazón (Mateo 23:13-33).
Se dice que los Fariseos observaban más de 600 tradiciones y que la mayor parte de esas tradiciones habían sido inventadas por ellos mismos. Los Fariseos estaban tan enamorados de la religión, que cuando Jesucristo vino ofreciendo gracia y perdón hasta al más vil pecador, ellos no estuvieron dispuestos a aceptar ese perdón. Nicodemo como buen Fariseo siempre había pensado que la salvación se ganaba a través de las buenas obras. Tal vez él pensaba que Jesucristo lo iba a felicitar por su celo y estricto legalismo, pero lejos de hacer eso, Jesucristo lo confrontó con una clara realidad que Nicodemo desconocía:
1 Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. 2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. 3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. 9 Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? 10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Juan 3:1-10).
El temor de Nicodemo
El versículo 2 nos dice que Nicodemo “vino a Jesús de noche”. Una de las razones que pudieron haber existido para que Nicodemo fuera a ver a Jesús de noche, era tal vez por el temor de perder su buena reputación. Juan nos dice que Nicodemo era un “principal entre los judíos”. No solo era un Fariseo sino que también era un miembro del Sanedrín, el poderoso cuerpo gobernante de la nación judía. Como un hombre “principal”, Nicodemo tenía todos los ojos del pueblo puestos en él. Todas las personas seguían sus movimientos a cada momento. Era algo así como una figura pública. Si un personaje importante en la actualidad dice algo o hace algo, todos los medios de comunicación relatan lo que dijo y lo que hizo. De la misma manera, Nicodemo sabía que todas las personas seguían sus movimientos muy de cerca y lo más probable era que también los “paparatzis” de ese tiempo deseaban vender al mejor postor una interesante y escandalosa historia de lo que Nicodemo hizo el día anterior.
Pero Nicodemo también había escuchado que los Fariseos habían expulsado a algunas personas de la sinagoga porque creían en Jesús y porque hablaban muy bien de él:
22 “Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Juan 9:22).
Tal vez Nicodemo pensaba que si alguien lo veía conversando con Jesús, podía ser malinterpretado y ser acusado de ser un discípulo secreto de Cristo. Y para no correr riesgos, mejor decidió visitar a Jesús de noche.
Lo que sabía Nicodemo
En el versículo 2, también encontramos la confesión de Nicodemo respecto a lo que él pensaba de Jesucristo:
“Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”.
Nicodemo estaba dispuesto a reconocer que Jesucristo era un “gran maestro” o que era “el más grande de los profetas”, pero lo que Nicodemo necesitaba reconocer y confesar públicamente, era que Cristo es Dios manifestado en carne. Como un buen estudioso del Antiguo Testamento, Nicodemo sabía muy bien que solo los profetas podían hacer esa clase de milagros que Cristo realizaba. Pero por otro lado, Nicodemo parecía ignorar todo lo que el Antiguo Testamento decía sobre las credenciales que presentaría el Mesías cuando viniera.
Tal parece que Jesucristo ignoró la confesión que hizo Nicodemo y se enfocó más bien en la verdadera necesidad de ese maestro judío:
3 “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
Lo que tenía que aprender Nicodemo
1.- Que la religión y las buenas obras no son suficientes para entrar en el reino de Dios.
Como un buen maestro judío, Nicodemo estaba familiarizado con el método que usaban los rabinos sobre el lenguaje figurado para enseñar una verdad espiritual. Es por eso que las preguntas que él hizo no significan que él no sabía a lo que Cristo se estaba refiriendo (v.4), sino mas bien, Nicodemo le contestó a Cristo usando el mismo lenguaje simbólico. Nicodemo no era una persona inculta. Había estudiado y se había preparado en las mejores escuelas de ese tiempo, por lo tanto, podía entender cuando alguien le hablaba usando un lenguaje figurado en la conversación.
Cuando Nicodemo le preguntó a Cristo sobre el cómo un hombre que es ya viejo puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer, él le estaba preguntando a Cristo algo importante usando también un lenguaje figurado. Es como si le hubiera dicho: “¿Cómo puedo volver a comenzar otra vez desde el principio? Ya he ido demasiado lejos con mi religión. Si tengo que comenzar otra vez desde el principio, entonces ya no hay esperanza para mi”.
Cristo le estaba ordenando a Nicodemo que abandonara todo aquello en lo que él había puesto su confianza para su salvación y Nicodemo lo sabía. De repente, este hombre se dio cuenta que todos sus esfuerzos religiosos que había hecho a lo largo de su vida, no le alcanzaban para entrar en el reino de Dios. Nicodemo se sentía orgulloso por el edificio de buenas obras que había construido, pero esa noche él pudo entender muy bien que ese edificio era como un castillo de naipes que no le serviría de nada en el día del juicio.
Con toda seguridad Nicodemo estaba dispuesto a hacer cualquier otra cosa que Cristo le pidiera que hiciera: desde dar una gran suma de dinero hasta ayunar varios días si fuera necesario. Pero lo que Cristo le estaba ordenando, era que hiciera a un lado su propia justicia y autosuficiencia y renunciara a su propia confianza en la religión y las buenas obras. Tal parece que Nicodemo no sabía que el ser humano no puede salvarse por su propio esfuerzo o por sus buenas obras y Jesucristo tuvo que decirle que todo ese edificio de buenas obras que él había estado construyendo no le alcanzaba ni siquiera para PODER VER el reino de Dios, mucho menos para poder ENTRAR en él.
2.- Que el nacimiento espiritual es indispensable para entrar en el reino de Dios
Muchas personas creen que en este versículo Cristo enseña la regeneración bautismal:
5 “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.
Existen muchas personas y denominaciones enteras que enseñan que la salvación viene como resultado del bautismo en agua y citan este versículo para apoyar sus peculiares enseñanzas. Los Pentecostales Unicitarios (solo Jesús) enseñan que el bautismo en agua es necesario para el perdón de los pecados. Las iglesias de Cristo o “Campbelitas” también enseñan esto. La iglesia católica romana también enseña que el bautismo en agua es lo que limpia los pecados de aquellos que son bautizados. Pero Cristo en ningún momento quiso decir que el nuevo nacimiento viene por medio del bautismo en agua. Si el nuevo nacimiento viniera como resultado del bautismo en agua, entonces esperaríamos que Cristo no solo enseñara eso de manera clara y contundente, sino también que él mismo lo practicara con aquellos que creían en él. Pero vemos todo lo contrario:
1 “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan 2 (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), 3 salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea” (Juan 4:1-3).
Estos versículos son un claro ejemplo de que la enseñanza de la regeneración bautismal no cuenta con ningún apoyo bíblico. Si el bautismo en agua en sí mismo es el que nos limpia los pecados ¿Por qué Cristo no bautizaba a aquellos que confesaban su fe en él? Obviamente debe existir una explicación para esto.
Cuando Cristo le dijo a Nicodemo que el que no naciere de “agua y del Espíritu” no puede entrar en el reino de Dios, Nicodemo sabía a lo que Cristo se estaba refiriendo. Nicodemo estaba familiarizado con lo que el Antiguo Testamento decía y los símbolos que eran usados para hablar de ciertas verdades espirituales. Por ejemplo, el profeta Ezequiel había profetizado de lo que sucedería con aquellos que Jehová escogiera salvar:
25 “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. 26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25-27).
Esto que habló Jehová por medio del profeta Ezequiel, es lo que Cristo le estaba mostrando a Nicodemo que él necesitaba para poder entrar en el reino de Dios. Nicodemo tenía que tener un corazón nuevo y un espíritu nuevo si deseaba entrar en el reino de Dios. No era suficiente con ser un buen religioso y esforzarse por ser lo mejor que pudiera ser. Necesitaba ser regenerado. Su corazón de piedra con el que había nacido en este mundo necesitaba ser quitado y en su lugar ser puesto un corazón de carne.
3.- Que la salvación nunca ha sido por medio de la religión o las buenas obras
El Antiguo Testamento no enseña en ningún lugar la salvación por obras. La salvación siempre ha sido por gracia, aún en los tiempos del Antiguo Testamento:
14 “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; 15 y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2Timoteo 3:14,15).
Pablo le dice a Timoteo que las Escrituras lo podían hacer “sabio” para la salvación. Pero las únicas Escrituras que Timoteo tenía y con las cuales él estaba familiarizado, era el Antiguo Testamento pues el Nuevo Testamento todavía no había sido completado. Cristo no vino a enseñar un método de salvación distinto a lo que siempre había enseñado el Antiguo Testamento. La salvación nunca ha sido la recompensa por nuestras buenas obras. La salvación siempre ha sido un regalo de la gracia de Dios a los pecadores que reconocen su necesidad de perdón, aún en los tiempos del Antiguo Testamento. Los santos de la antigüedad no fueron justificados de manera distinta a como somos ahora justificados. Tanto Moisés, Elías y todos los hombres y mujeres de Dios del antiguo tiempo, fueron justificados solo por gracia y por medio de la fe en el sacrificio del Mesías en nuestro lugar.
Nicodemo como buen conocedor del Antiguo Testamento debería haber entendido esto, pues todo el Antiguo Testamento habla una y otra vez de esta verdad:
3 “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:3-6).
Una de las razones por las que hay tantas religiones falsas en la actualidad, es porque las personas tropiezan con la simplicidad del mensaje de salvación. Igual que los fariseos, muchas personas se aferran a una salvación por obras y rechazan la salvación que es solo por la gracia de Dios. Esta es la paradoja del evangelio: Que sus enseñanzas son tan sencillas que hasta un niño las puede comprender, pero al mismo tiempo son tan profundas que hasta los más sabios no pueden entenderlas.
4. Que la salvación es concedida solo a aquellos que verdaderamente se arrepienten de sus pecados confiando únicamente en el sacrificio de Cristo
Una de las preguntas que Nicodemo le hizo a Cristo, deja al descubierto la verdad antes mencionada: que la salvación es única y exclusivamente para todos aquellos que reconocen su incapacidad para salvarse a sí mismos o que saben que no pueden contribuir en nada para su propia salvación.
9 “Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? 10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (vs. 9,10).
Lo que Cristo le dijo a Nicodemo debió haberlo puesto rojo de vergüenza. Aquí tenemos a un hombre que enseñaba la Ley al pueblo todos los días de reposo, ignorando lo básico y fundamental de lo que es la vida espiritual. Debido a que Nicodemo intentaba justificarse por medio de sus buenas obras, había pasado por alto el hecho de que es Dios quien justifica al impío. Nicodemo no se veía a sí mismo como un pecador perdido y sin esperanza. Más bien, se veía a sí mismo como un líder ejemplar que debía ser imitado por todos sus contemporáneos. Pero Cristo dejó muy en claro que Nicodemo era un pecador que necesitaba del perdón y la misericordia de Dios como cualquier otro:
13 “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. 14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:13-15).
Estas palabras de Cristo son una referencia a un hecho histórico que sucedió bajo el liderazgo de Moisés en el Antiguo Testamento:
4 “Después partieron del monte de Hor, camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom; y se desanimó el pueblo por el camino. 5 Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. 6 Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. 7 Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. 8 Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre un asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. 9 Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía” (Números 21:4-9).
Nicodemo conocía muy bien la historia de la serpiente de bronce. Tal vez hasta la había enseñado a sus estudiantes en la sinagoga local o en el Templo judío. Pero el problema era que no había entendido cual era la enseñanza espiritual de ese relato. Como líder de los judíos, él se sentía más identificado con Moisés que con los rebeldes israelitas. Veía a Moisés como un héroe y se esforzaba por seguir su ejemplo. Pero nunca le pasaba por la mente que él estaba más identificado con los moribundos israelitas que habían sido mordidos por las serpientes que con el liderazgo de Moisés.
Pero Cristo le estaba mostrando a Nicodemo que así como los israelitas habían pecado y se volvieron a Dios desesperados y en verdadero arrepentimiento, así también Nicodemo había pecado y debería hacer lo mismo que hicieron los israelitas. Cristo deseaba mostrarle a Nicodemo que al igual que los israelitas de la antigüedad, también él había sido mordido por la serpiente antigua y que debería estar tan desesperado como ellos lo estaban y clamar por misericordia.
El mensaje de Cristo a Nicodemo es muy claro: No puede haber salvación sin un nuevo nacimiento. La salvación es un regalo inmerecido para todos aquellos que reconocen que no pueden ganarlo por sus propios esfuerzos o buenas obras. Todos los que no reconocen que se encuentran en la misma situación que aquellos israelitas mordidos por las serpientes, simplemente no pueden ser salvos no importa cuan sinceros o cuan religiosos sean. Solo un verdadero arrepentimiento que se demuestra por el abandono del pecado es una de las claras evidencias del nuevo nacimiento.
Daviel D’Paz
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