¿Podríamos imaginar un mundo en donde cada persona sea la responsable de tomar la ley en sus propias manos? Tal situación no solo sería intolerable para la vida diaria –pues la anarquía reinaría por todos lados-, sino que la seguridad sería tan solo una mera ilusión. Esta clase de “mundo” lo hemos visto representado en las revistas sobre el viejo Oeste y en algunas de las películas de ficción.
Nos sentimos agradecidos que en el mundo real, las cosas no sean iguales al mundo imaginario creado por las películas de Hollywood y que nuestros gobiernos todavía puedan mantener –en cierto grado-, el orden y la paz social.
La Ley civil (la cual es tomada de la Ley de Dios tal como es expresada en los Diez Mandamientos), es uno de los resultados de la gracia común de Dios. La gracia común es entendida como todas aquellas bendiciones de Dios que no involucran necesariamente la salvación de una persona. Por ejemplo, en Mateo 5:44,45 Cristo dijo:
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
En estos versículos podemos ver las bendiciones de Dios (producto de su gracia común), siendo concedidas a todas las personas sin distinción de nadie: malos y buenos, justos e injustos. Por lo tanto, la ley civil es también una bendición de Dios para el bienestar social de la humanidad en general.
¿Cuál es el propósito de la Ley civil? El apóstol Pablo nos da la respuesta a esta pregunta:
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia” (Romanos 13:1-5).
El apóstol Pablo entendía muy bien que los gobernantes son siervos de Dios para castigar a los que hacen lo malo. Existen por lo menos dos clases de interpretaciones respecto a estos versículos escritos por el inspirado apóstol. Una de estas interpretaciones se le conoce como descriptiva, mientras que la segunda interpretación se le conoce como prescriptiva. (Para una explicación más detallada sobre estas dos interpretaciones del significado de las palabras del apóstol Pablo en Romanos 13, ver el capítulo 25 titulado “Law and Politics in the New Testament” del excelente libro de Greg L. Bahnsen “By This Standard”).
Es evidente que el uso de la ley civil no puede transformar el corazón, ni tampoco puede proveer la justicia que es indispensable para poder agradar a Dios. Lo único que hace la ley civil es restringir a los malhechores por medio del temor al castigo y promover la paz en la sociedad por medio de la obediencia externa a ciertos estándares morales. Muchos creyentes creen que la ley civil no tiene nada que ver con la Ley de Dios o que Dios tenga algo que ver con los gobernantes y los gobiernos de este mundo. Pero la Biblia enfatiza más de una vez que Dios es el que tiene el control de todas las cosas y que El es quien pone reyes y quita reyes:
“Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad” (Daniel 2:37).
“Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere” (Daniel 4:31,32).
Debemos estar agradecidos por el uso de la ley civil, pues si no fuera por ella no podríamos:
• Conducir con seguridad hasta nuestros trabajos día tras día.
• Mantener nuestras pertenencias con seguridad.
• Reunirnos pacíficamente los domingos para adorar a Dios.
Carl F. H. Henry escribió lo siguiente respecto a la importancia de la Ley de Dios en su uso civil:
“Aún en donde no existe una fe salvadora, la Ley sirve para restringir el pecado y para preservar el orden de la creación por medio de proclamar la voluntad de Dios…Por medio de sus juicios y amenazas de castigo y condenación, la ley escrita junto a la ley de la conciencia restringen el pecado entre los no regenerados….Por lo tanto, ella cumple con una función política por medio de su influencia restrictiva en el mundo no regenerado (Christian Personal Ethics, Grand Rapids: Eerdmans, 1957, p. 355).
Esta función civil de la ley de Dios se encuentra claramente establecida en el Antiguo Testamento en donde Dios expresa importantes principios para que su pueblo pudiera solucionar los problemas legales que enfrentarían. Por esa razón, la ley de Dios continúa teniendo una importante función política dentro del orden del Nuevo Testamento. Donald Guthrie lo expresa de la siguiente manera:
“En el Nuevo Testamento se asume un estándar de justicia y existe una clara diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Existen ciertos ecos del Antiguo Testamento respecto al punto de vista social justo…El acercamiento a la ley en general en el Nuevo Testamento se encuentra intricadamente entrelazada con la ley de Moisés, la cual hace una provisión extensa para la justicia social….La importancia de esta evidencia de la santidad de la ley, es que ella provee una base sana para la acción social. La ley es indispensable para una sociedad estable” (Donald Guthrie, “The New Testament Approach to Social Responsability”, p. 53,54).
El uso civil de la ley es un regalo de Dios que no debe ser menospreciado pues ella nos permite vivir “quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (2 Timoteo 2:2).
Greg Bahnsen acertadamente comenta que “el uso político de la ley es admisiblemente negativo y meramente disuasivo en carácter. No hace nada para regenerar al pecador o para justificarlo delante de Dios. No toca su corazón ni tampoco lo acerca al Salvador. Sin embargo, esta función de la ley es crucial para la sociedad humana. Cuando los mandamientos de la ley de Dios son rechazados por cualquier cultura, el resultado inevitable es una ruptura progresiva del orden social y de la decencia moral, tal como es manifestado en Romanos 1”.
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