Monday, September 7, 2009

Dos puntos de vista sobre Mateo 24: John MacArthur vs. Kenneth Gentry (1ª Parte)



Aunque estos dos autores NUNCA han debatido en ningún foro público ya sea verbalmente o por escrito, creo que sería muy interesante presenciar un debate por parte de los dos sobre el tema de escatología. Y mientras ese tiempo se llega, podemos disfrutar de un debate imaginario usando los escritos que cada uno ha realizado sobre el tema. En este caso, estaremos presenciando la interpretación y exégesis que cada uno hace del capitulo 24 de Mateo. Dicho capítulo es crucial para tener un entendimiento correcto de cual es la interpretación escatológica que más se apega a las Escrituras.

Debido a que en sus respectivos escritos ellos no se abordan de manera personal, estaré haciendo algunos comentarios pertinentes al final de cada participación para aclarar ciertos aspectos que, de lo contrario, no quedarían muy claros para aquellos que no están muy familiarizados con los escritos de ambos y sus respectivas posturas escatológicas. También estaré dando alguna información adicional que sea útil de los escritos que cada uno ha hecho sobre el tema. Espero que podamos disfrutar de este debate imaginario y puedan ustedes, los lectores, participar también con sus comentarios.

Nota: Todos los argumentos de John MacArthur estarán siendo traducidos de su libro titulado: “The Second Coming”, publicado por: Crossway Books edición 2003. Es en este libro en donde John MacArthur pone “toda la carne en el asador” por así decirlo, respecto a su interpretación de Mateo 24 y da una explicación bastante extensa sobre este capitulo en particular. Los argumentos de Kenneth Gentry estarán siendo traducidos de su libro: “Perilous Times: A Study in Eschatological Evil” publicado por: Covenant Media Press 1999, en el cual Gentry aborda tambien de manera un tanto extensa y detallada su interpretación de Mateo 24.

Primera Participación de John MacArthur (Defendiendo la postura Futurista sobre Mateo 24)

“EL DISCURSO PROFETICO MÁS EXTENSO DE JESUCRISTO”

Aparte del libro de Apocalipsis, la porción profética más extensa y más importante del Nuevo Testamento es Mateo 24 y 25, conocida también como “El discurso del Monte de los Olivos”. Es el segundo mensaje más extenso de Cristo registrado en la Escritura. El único más extenso es el Sermón del Monte (Mateo 5-7), que fue un sermón dado a las multitudes en Galilea cerca del comienzo del ministerio terrenal de Jesucristo. En contraste, El discurso del Monte de los Olivos fue un mensaje privado dado a sus discípulos en Jerusalén cerca del fin de su ministerio terrenal. Nuestro Señor habló estas palabras mientras estaba sentado directamente frente al templo en el Monte de los Olivos (Mateo 24:3). Así que, el nombre popular de este discurso es debido a una referencia sobre el lugar donde sucedió.

Desde donde estaban sentados, Cristo y los discípulos podían ver las majestuosas construcciones del templo. El templo era el más glorioso de todos los proyectos de construcción ordenados por Herodes el Grande. El edificio principal del templo era una estructura espléndida. Había sido hecha de un mármol blanco brillante con decoraciones espectaculares de oro puro. La parte oriental (que era la parte la cual Jesucristo estaba observando) se encontraba cubierta de oro la cual brillaba como espejo en con el sol de la mañana. Todo ese oro irradiaba un brillo que iluminaba todo el lado del Monte de los Olivos y era visible a millas de distancia. Era sin lugar a dudas, el edificio más maravilloso y sorprendente en todo el mundo.

De hecho, la opulencia del templo fue lo que inició la conversación que llevó al discurso de los Olivos. Mientras Jesús se dirigía al Monte de los Olivos, los discípulos habían expresado su asombro por la grandeza del templo. El recuento paralelo en Lucas 21:5, sugiere que ellos se encontraban maravillados por la increíble riqueza representada por las fabulosas decoraciones del templo, las cuales incluían muchas piedras preciosas y otros adornos muy costosos, la mayoría de ellos donados por adoradores acaudalados.

Jesús les contestó con una profecía aterradora: “Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mateo 24:2). Esa profecía hizo un eco en algo más que Jesús les había dicho a los líderes judíos dentro del mismo templo, probablemente algunos momentos antes: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38).

Los discípulos debieron haberse preguntado en cómo algo tan espectacular como el templo podría quedar “desolado”. La predicción solemne de Cristo de que no quedaría ninguna piedra de esa estructura gloriosa, los sorprendía aún más. Sin duda que también quedaron confundidos. Lo que ahora les estaba diciendo era diametralmente opuesto a sus expectativas mesiánicas. Ellos estaban seguros que Él era el Mesías prometido (16:16), y ellos esperaban que él dirigiera a la nación a una gloria más grandiosa que nunca –pero no que predijera su destrucción.

Por lo tanto, en un corto tiempo después mientras se encontraban sentados en el Valle de Cedron con una vista clara del brillante templo, con el panorama total del templo delante de ellos, “los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (v.3). La respuesta de Cristo fue la más extensa que haya dado a cualquier pregunta registrada en el Nuevo testamento. El discurso de los Olivos cubre dos largos capítulos en el evangelio de Mateo. Un recuento paralelo pero abreviado cubre la mayor parte de Lucas 21.

LAS EXPECTATIVAS MESIÁNICAS DE LOS JUDIOS

Entender las preguntas de los discípulos requiere una apreciación de cómo ellos y sus compatriotas judíos veían el papel mesiánico de Jesús. En su mente, el Mesías era principalmente una figura política que liberaría a Israel de la hostilidad y la ocupación extranjera. Todo Israel creía que cuando su Mesías viniera, recuperaría totalmente todo lo que había sido perdido en sus anos de exilio y siglos subsecuentes de opresión extranjera. Basados en las promesas del Antiguo Testamento sobre los pactos con Abraham y David respectivamente, ellos creían que el Mesías escogería y autenticaría a todas las tribus y a la línea sacerdotal descendiente, reunificar y purificar la nación y reestablecer el trono de David en Jerusalén y bendecir a la nación con una gloria sin precedentes e inimaginable. Las expectativas de los discípulos no eran muy diferentes. Si algo tenían, era que ellos veían esto tan cerca más que la mayoría en Israel, debido a que ellos conocían ya con seguridad que Jesús era el Cristo, el Ungido al que predijeron las profecías del Antiguo Testamento. Así que ellos pensaban que se encontraban en el mismo umbral de ver Su reino terrenal establecido.

No existe mejor ilustración de estas expectativas que el himno de gratitud por parte de Zacarías, el padre de Juan el bautista. Reconociendo que el precursor del Mesías ya había nacido, Zacarías anticipó la pronta venida del libertador de Israel y recitó la promesa mesiánica de los pactos con Abraham y David en un himno de gratitud a Dios:

"Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:
Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo,
Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo,
Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;
Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto;
Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder
Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos
En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días".
(Lucas 1:67-75).

Este himno resume las promesas Mesiánicas de la esperanza de Israel: Dios visitando a Israel para redención, con el Salvador y Rey en la línea de David (2 Sam. 7:12-16; 1 Cro. 17:11-14; Sal. 89:27-37) –liberando a las personas de sus enemigos y haciendo a Israel el trono de su gobierno mundial. El Mesías también cumpliría todas las promesas de Dios a Abraham –incluyendo las bendiciones, protección y la posesión de sus tierras y la victoria sobre sus enemigos para siempre (Gen. 12:1-3; 15:18-21; 22:16-18). Zacarías creía que todas estas promesas serían cumplidas inmediatamente con la llegada del Mesías y por lo tanto, él anticipó la pronta llegada del reino prometido de luz y paz (Isa. 9:2-7; Luc.2:25-32; 36-38).

Obviamente Zacarías no se encontraba solo en su esperanza del cumplimiento inmediato de estas cosas. Israel se encontraba en ese tiempo en el control del gobierno de Roma. El imperio romano se encontraba en su máximo poderío e Israel estaba justo dentro del borde oriental del vasto imperio. El trono de David había caído cientos de años antes y la esperanza de revivirlo aparte de la intervención sobrenatural del Mesías eran en ese tiempo completamente nulo. La única monarquía que tenía el poder en la región durante el tiempo de vida de los discípulos era la dinastía Herodiana y aún eso era bajo el consentimiento de Roma. Peor aún, los Herodes mismos eran también gobernantes extranjeros. Ellos eran sin duda Idumeos –descendientes directos de los edomitas, quienes fueron de la descendencia de Esau. Los Edomitas habían sido por mucho tiempo vecinos molestos y a menudo amargos enemigos de los Israelitas (yendo al tiempo del Éxodo, cuando los edomitas rehusaron que Israel pasara a través de su tierra en Num. 20). Así que, Israel se encontraba de hecho gobernada por múltiples estratos de sus propios adversarios.

Además, a los ciudadanos de Israel se les requería pagar impuestos a Roma y esos impuestos eran para pagar a los ejércitos ocupantes –los opresores principales de Israel! Comprensiblemente, la mayoría de los Israelitas resentían amargamente el tener que pagar tales impuestos al Cesar (Mar.12:13-17). Para empeorar las cosas, el gobierno romano era a menudo deliberadamente opresivo –y de todas las regiones en el vasto imperio, Israel se convirtió en el singular objetivo de la brutalidad romana. A diferencia de otros países bajo el control de Roma, la identidad nacional de Israel era definida por una relación de pacto con Jehová. Por esa razón, el politeísmo romano (en particular la adoración al emperador) no tuvo cual ningún grupo de seguidores entre los Israelitas. Por eso, los gobernadores romanos veían al monoteísmo judío como inherentemente sedicioso. Mientras tanto, los judíos fanáticos hicieron todo lo que pudieron para fomentar la rebelión anti-romana entre su gente. Así que, las tensiones políticas se encontraban muy caldeadas en ese tiempo, motivadas tanto por las atrocidades romanas como por las insurrecciones violentas de los judíos (Luc. 13:1; Mar. 15:7).

Debido al pacto nacional de Israel con Jehová, los gobernantes extranjeros tales como Herodes y los romanos eran percibidos no solo como enemigos políticos, sino también como una vergonzosa plaga espiritual sobre la nación, significando el propio descontento de Dios con su pueblo. La ocupación de Roma en Israel representaba un terrible dilema para el judaísmo. (Esto explica el porque algunos judíos tenían tan profundo sentido de orgullo nacional que ni siquiera estaban dispuestos a conceder la realidad del dominio de Roma: “Descendientes de Abraham somos y no hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo pues dices tu: seréis hechos libres?” (Juan 8:33). Cada fiel corazón en Israel anhelaba que Roma fuera derrotada para que la nación pudiera ser verdaderamente libre otra vez. Y ellos creían que las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento hablaban de Alguien que vendría súbitamente y pondría todas las cosas en su lugar, después que restaurara el trono de David sobre la tierra, gobernando sobre todos los otros reinos del mundo para siempre.
Traducido del ingles por: Daviel D'Paz

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